Carta al lector de una madre y un padre afligidos por una situación aberrante que pasó su hija menor y que hace 61 días cambió sus vidas.
Estimados lectores,
Hoy, 18 de julio de 2025, se cumplen 61 días desde que mi vida, y la de mi familia, se
fracturó irreparablemente. 2 largos meses desde el 18 de mayo, fecha en que un velo de
horror se descorrió para revelar el infierno que nuestra hija, nuestra luz, había estado
viviendo en las aulas de un colegio que prometía ser un refugio. Desde ese día, mi corazón no ha dejado de sangrar. Cada latido es un recordatorio de que aquello que más amó fue dañado, ultrajado, por un par de enfermos depravados, de encubridores, de entregadores, ¿Cuál sería el adjetivo adecuado, para aquellos que roban la inocencia?. hoy, caminan libres entre nosotros, seguros de sí mismos.
Decidimos, ingenuamente quizás, hacer público nuestro dolor, nuestra verdad. Creímos que el grito de una víctima encontraría eco, que la sociedad se levantaría en su defensa. Qué equivocados estábamos. Nos encontramos con un muro de indiferencia, con dedos
acusadores que, en lugar de señalar a los culpables, se volvieron contra nosotros. ¿Quién,
realmente, nos apoyó? ¿Quién alzó la voz por una niña inocente, por una familia
destrozada? Nadie. O muy pocos.
Vivimos en una sociedad, que parece plagada de gente morbosa, perversa en su inacción,
ignorante de lo que es la empatía, sin escrúpulos ni afecto natural. Gente que ha perdido su humanidad en la maraña de sus propias conveniencias. La conciencia, esa brújula moral, se ha apagado por completo, ahogada en el estruendoso barullo de este sistema podrido que permite la impunidad.
Nos encontramos solos en esta batalla, una cuesta arriba interminable. ¿Es mucho pedir
justicia? ¿Es un lujo inalcanzable para quienes no tenemos poder o influencias? ¿O es que la maldad, en Comodoro, en nuestra Argentina, está destinada a quedar impune, a operar bajo la sombra del silencio y la complicidad?
Para una víctima, para una familia, la búsqueda de justicia no debería significar un calvario
financiero, un camino donde las puertas se cierran en la cara. Debería ser un derecho
inherente, una obligación de la sociedad y sus instituciones.
Pero la cruda realidad es que los culpables de este ultraje, los que causaron tanto daño,
siguen con sus vidas como si nada. Trabajan, duermen tranquilos, se sienten seguros,
intocables. Y eso, estimados lectores, ¡es profundamente injusto! Es una herida abierta que no cicatriza, un veneno que corroe la fe en el ser humano y en la justicia.
Es duro, sí, increíblemente duro. El peso de la impotencia a veces aplasta. Pero quiero que Comodoro lo sepa: NO ME RENDIRÉ. Seguiré adelante, cueste lo que cueste. Porque el sueño de ver a mi hija reparada, y de que se haga justicia, es más fuerte que cualquier
obstáculo. Y si Dios me ayuda, lo alcanzaré. Porque la impunidad no puede ser el epílogo
de esta historia. La conciencia de esta ciudad debe despertar.
Atentamente,
«Una Madre/Padre Afligido/a de Comodoro Rivadavia»