El Índice de Precios al Consumidor (IPC) de China registró una contracción de 0,3% anual en julio, representando la primera vez que el país entra en deflación desde hace más de dos años, según informó hoy la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) de ese país.
A diferencia de lo que ocurrió a fines de 2020 y principios de 2021, cuando la deflación respondía mayormente a la caída de los precios de la carne de cerdo, la más consumida en el país; en esta ocasión el fenómeno se enmarca en una caída generalizada de la demanda en la economía, tanto la externa como la doméstica.
Los precios mayoristas ya registran una contracción interanual desde octubre del año pasado, impactando directamente en los ingresos de los sectores industriales: en julio descendieron por décimo mes consecutivo y presentaron una baja del 4,4%.
Según señalaron diversos analistas a las agencias France Presse y Bloomberg, si bien la reducción de precios puede resultar beneficiosa para el poder adquisitivo, a largo plazo podría deprimir aún más la demanda dado que los consumidores retrasarían las compras esperando mayores caídas en los precios.
De cumplirse ese escenario, similar al que atravesó Japón en las últimas décadas, las compañías reducirán la producción o congelarán las contrataciones, afianzando aún más el estancamiento económico.
La menor demanda en el consumo y la caída de los exportadores está impulsando a las fábricas a reducir los precios para deshacerse del exceso de stock.
Esto podría ser beneficioso para los países que importan productos desde el país asiático.
“La deflación en China podría ayudar a que se modere la inflación en Estados Unidos y Europa”, comentó Ding Shuang, economista en jefe de China y Norte de Asia en el banco Standard Chartered.
Esto, de todos modos, dependerá de cuán proteccionistas serán estos países: en el caso de la Unión Europea, su política comercial busca reducir el déficit en la balanza con Beijing.
“En los países desarrollados, los bienes de consumo baratos de China no se ven de forma tan positiva como en el pasado”, apuntó Paul Cavey, de la consultora East Asia Econ.
Los mercados emergentes –indicó- podrían convertirse en un destino, pero muchos de ellos son cautelosos a la competencia china al estar atentos a desarrollar sus propias industrias.
En el plano interno, los economistas consideran que la deflación es un signo de advertencia sobre las perspectivas de China y reiteraron su pedido a Beijing para que realice más medidas pro-cíclicas como, por ejemplo, una reducción en las tasas de interés o en los encajes bancarios.
Luego de que finalizara el efecto rebote tras el levantamiento de las restricciones de la pandemia a fines del año pasado, el gobierno realizó diversos intentos para motorizar la demanda interna, aunque se trataron –en su mayoría- de medidas focalizadas y limitadas, y no a gran escala, pues sus políticas se encuentran, en parte, constreñidas por la amenaza de debilitamiento del yen y los elevados niveles de endeudamiento en la economía, al igual que el temor de que la mayor liquidez no sea utilizada para financiar actividades productivas.
“Los funcionarios necesitan acelerar el gasto público, y realizar una política acomodaticia coordinada en lo fiscal y lo monetario para romper con esta trampa de deflación”, señaló Robin Xing, economista de Morgan Stanley.
Por otra parte, otros especialistas minimizaron los datos de deflación al señalar que las cifras anualizadas de julio tienen una alta base comparativa, con los precios –hace un año- empujados por el alza global de las commodities y la cuarentena en el propio país.
“Con el impacto de la alta base comparativa gradualmente disipándose, el IPC probablemente se recupere de forma gradual”, subrayó Dong Lijuan, estadístico de la ONE en el reporte de hoy.
De hecho, el IPC núcleo, que no tiene en cuenta los valores volátiles de los alimentos y la energía, presentó una inflación del 0,8%, con subas en servicios como recreación y educación; mientras que la inflación mayorista –de 4,4%- mostró una contracción menor al 5,4% de junio.